[Por Miguel Bonasso: Diario Crítica]
Escribo esta contratapa en la habitación del hotel "Guaraní Esplendor", de Asunción, acuciado por el escaso tiempo que resta para embarcar en el avión que me regresará a Buenos Aires y la tentación, finalmente asumida, de renunciar a la pila de datos que acumulé en estas horas, para ofrecer una visión personal, estrictamente subjetiva, sobre esta asunción en Asunción, sobre este caso único de un obispo vinculado a la Teología de la Liberación que deja de ser obispo para convertirse en presidente.
¿Cómo evitar los nuevos lugares comunes que se acumulan en los titulares? Sí, es muy importante que el Partido Colorado, que gobernó el Paraguay durante 61 años, haya tenido que dejar el gobierno. Pero cabe preguntarse hasta qué punto dejará el poder, o la importante porción que conserva en todas las estructuras del Estado.
No conozco a Fernando Lugo, pero me encantó el discurso que pronunció en la Plaza de Armas, ante el Congreso y el pueblo (ese noble pueblo guaraní, al que tanto jodió nuestro Bartolomé Mitre), en esa mañana tropical que empezó muy temprano con una suave brisa y se fue volviendo cada vez más tórrida a medida que se desenvolvía la ceremonia.
Me gustó mucho que jurase con su camisa blanca de “obispo de los pobres”, hermanado en el ancho escenario con las ropas aymará de Evo Morales o la prodigiosa pechera también bordada por manos indígenas del ecuatoriano Rafael Correa.
La indumentaria, sin duda, dice mucho sobre la voluntad de asumir las identidades secularmente soterradas. Al cabo, desde los albores de la historia hasta el presente, el poder se recubre de símbolos que desnudan la esencia del mensaje.
El discurso del “laico” Lugo me pareció coherente y consecuente. Haber encomiado a los padres fundadores de la Teología de la Liberación, el brasileño Leonardo Boff y el peruano Gustavo Gutiérrez, no es un dato menor para un ex príncipe de la Iglesia, que recuerda muy bien el anatema lanzado contra Boff por el actual Papa Benedicto XVI, cuando era cardenal y tenía a su cargo la Congregación para la Doctrina de la Fe; la versión moderna y atenuada de la Santa Inquisición.
También me conmovió la cita de Salvador Allende y su inclaudicable visión de “las grandes alamedas”, minutos antes de entregar la vida por “la vía pacífica al socialismo”. Cita que, curiosamente, no fue registrada por ninguno de los medios que consulté.
Es verdad que esa ratificación fervorosa de las utopías contrasta con los límites crueles que impone la realidad política: carente de un partido o un movimiento a la altura de su carisma personal e intransferible, el “obispo de los pobres” ha debido conformar una coalición donde coexisten pequeños partidos de izquierda con un vasto aparato de signo conservador: el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA).
Menos digerible aún, si se lo mide desde una concepción purista, es su acuerdo con el oscuro general Lino Oviedo. Sólo puede explicarse desde la realpolitik: el partido del general (la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos) le brindará al presidente Lugo un año de plazo en el Parlamento para aprobar las iniciativas del Ejecutivo.
El flamante mandatario sintetizó sus aspiraciones con una frase feliz: “Renuncio a vivir en un país donde unos no duermen porque tienen miedo y otros no duermen porque tienen hambre”.
Durante el día los visitantes vimos a muchos de los que tienen hambre, por la noche observamos a los que no duermen porque a sus padres les sobra el dinero. En uno de esos mall plásticos, que se levantan en los barrios residenciales de “nuestra América”, la juventud dorada comía, bebía “single malt” de 15 años y bailaba con el frenesí del viernes a la noche, aparentemente ajena al “hecho histórico” que se había producido esa mañana. Contemplando las descomunales 4 por 4, no costaba demasiado aventurar que serían los futuros contras, los “escuálidos” irritados con un presidente que habla en guaraní.
A Lugo le espera una tarea ciclópea y no lo ignora. Tampoco lo ignoramos los cientos de invitados latinoamericanos que viajamos para festejar el arribo de un nuevo protagonista al ramillete de presidentes integracionistas que ha parido esta nueva etapa histórica.
Concurrí integrando la delegación de Diálogo por Buenos Aires, junto con Aníbal Ibarra, Carlos Heller y otros compañeros. Ibarra, por cierto, se sintió como en casa: hijo de un febrerista que sufrió cárcel y exilio por su militancia contra el dictador Alfredo Stroessner, disfrutó en la Plaza de Armas los saludos afectuosos de los paraguayos residentes en la Argentina. Nuestro anfitrión, cordial y generoso, fue Celso Chamorro, representante de Lugo en nuestro país.
Además de la comitiva oficial que acompañó a la presidenta Cristina Fernández, hubo una gran concurrencia informal, con dirigentes de todos los colores. Desde Fernando “Pino” Solanas, Hermes Binner, Martín Sabbattella y la conducción de la CTA, con Hugo Yasky y Víctor De Gennaro a la cabeza, hasta inesperados “progresistas” como Gildo Insfrán, Diego Santilli y Osvaldo Mércuri.
También son argentinos los dueños del hotel Guaraní donde estoy escribiendo esta nota y aquí se alojó Juan Domingo Perón, en diciembre de 1972. En la terraza de este hotel le comunicó a su delegado personal, Héctor Cámpora, que sería candidato a presidente.
Cuando llegamos, fuimos recibidos en el lobby por uno de los dueños, el neuquino Claudio Andreani, que me esperaba con un insólito presente histórico: los relatos del capitán de navío paraguayo que acompañó a Perón en su último viaje como presidente, dos meses antes de su muerte.
No era, por cierto, la única referencia setentista. Pasado y presente dispararían las emociones del visitante, suscitando comparaciones y una tesis acaso optimista.
En la recepción ofrecida por el canciller de Lugo, Alejandro Hamed Franco, en la más que suntuosa sede de la Conmebol, encontré a muchos viejos luchadores devenidos legisladores y altos funcionarios de gobierno.
Una figura sintetiza al resto: la de la antigua comandante de la guerrilla salvadoreña Nidia Díaz, hoy diputada y dirigente de la COPPAL. Me anunció, con sonrisa esperanzada, que Mauricio Funes, el candidato presidencial del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tenía grandes posibilidades de imponerse en las próximas elecciones. A Nidia la conozco desde hace muchos años, desde esa década del setenta que acuñó sueños y tragedias. Pertenece a una izquierda lúcida, que no reniega de los principios, pero no sacraliza las estrategias. Me dio gusto pensar que ella y otros tantos militantes que se habían jugado la vida por sus ideales, habían logrado sobrevivir y madurar lo suficiente como para asumir que el primer paso para transformar la realidad consiste en entenderla. Con sus limitaciones, pero también con sus nuevas posibilidades.